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TEATRO

Reseña: Medea, una tragedia del terror

Written by: Ana García
Last updated: 3 de diciembre de 2025
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Rojo, negro, voces en off, gritos desesperados y mujeres que oscilan entre la histeria y el dolor. La imagen de una Amy Winehouse atrapada en el tiempo y la perfidia del patriarcado como único responsable de la desgracia humana. Así se presenta la versión de Medea escrita por Irina Alonso y dirigida por Gustavo Pardi, a la que tuvimos la oportunidad de asistir gracias a Claqueteados. El elenco está encabezado por Antonella Fittipaldi en el papel de Medea, Marcelo Sánchez como Creonte y Egeo, Iván Díaz Benítez como Jasón, y Noelia Perea, Carolina Krivoruk, Lourdes Gómez y Adriano Barisone como sirvientes, mensajeros y nodrizas.

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La propuesta de Pardi explora el terror estético como lenguaje para retratar el dolor de una mujer traicionada. En este sentido, el diseño de iluminación de Horacio Novelle resulta fundamental. Desde el inicio la atmósfera densa se construye con luces rojas de fondo y ámbar de frente, proyectadas desde el suelo sobre los rostros de las tres mujeres en escena. Estas luces evocan sombras y murmullos que anticipan la tragedia de la protagonista. El eco de gritos percibido desde la parte trasera de la sala, potencia esa sensación de cacofonía indispensable para la estética buscada: el terror invade a Medea, quien debe enfrentarlo desde el odio y la venganza.

A este juego lumínico se suma un azul oscuro profundo, utilizado en contadas escenas. Aunque se trata de luz LED, logra contrastar de manera singular con el resto, generando un ambiente de desahucio, llanto y noche. Sin embargo, las luces cenitales merecen especial mención: en ciertos momentos, desdibujan los rostros de los intérpretes, enfatizando que, en los monólogos de Medea, no importa tanto la expresión facial como la anulación de la misma, reflejo del vacío que Jasón deja al abandonarla.

El trabajo de luces resulta clave para provojcar la reacción buscada en el público. En la penumbra del dolor de Medea, los escasos momentos de luz acompañan su sufrimiento y permiten a los espectadores comprenderla, aunque no compartan sus decisiones. Las sombras en el telón de fondo multiplican la densidad trágica y, por momentos, juegan a transformar a Medea en un ente demoníaco, a punto de consumar su venganza.

Otro de los grandes aciertos de esta versión es el vestuario, diseñado por Yamila Solbes. Los contrastes entre rojos, negros y blancos, junto con las túnicas negras de las tres actrices, evocan imágenes de brujas, sombras, aves de rapiña y un ejército femenino que sostiene a la protagonista. El vestido pin up de Medea dialoga perfectamente con la imagen de “fuck boy” de Jasón.

En cuanto a las interpretaciones, Antonella Fittipaldi demuestra una notable dimensión dramática y maneja con destreza el tempo de la puesta. Sería interesante explorar mayores pausas vocales y matices para potenciar el impacto de su voz, no solo en el dramatismo sino también en la proyección. Aun así, su entrada logra una sintonía especial con algunas espectadoras, quienes, desde su lugar en el público, comprenden y valoran cada uno de los textos interpretados.

La interpretación de Jasón también destaca por su matiz vocal, que marca la diferencia de estatus entre los personajes. Sin embargo, algunos textos no llegan a desplegarse del todo, lo que debilita la fuerza dramática y la belleza de la construcción gramatical.

Por su parte, la entrada de Creonte, con su calma y autoridad, aporta una dinámica interesante a la energía escénica: una mujer, no cualquier mujer, es expulsada de su hogar por un hombre, no cualquier hombre, desde su posición de poder. Este momento imprime un ritmo renovado y aligera, en cierta medida, la densidad construida hasta entonces.

Respecto a las mujeres que acompañan a Medea, si bien cumplen una función múltiple y no representan a un solo personaje, consideramos que su potencial podría haberse explotado aún más, tanto en la simetría vocal de los coros como en lo visual. Cada movimiento, imagen y reacción ante la desgracia de Medea podría haber reforzado aún más la estética de terror propuesta por el director, sin perder nunca la atención escénica y el compromiso actoral que exige cada pausa y escucha.

Esta versión de Medea se estrenó en octubre de 2024 y, recientemente, tuvo temporada en el Centro Cultural de la Cooperación durante el mes de junio. Esperamos con entusiasmo la confirmación de nuevas funciones para que el público bonaerense pueda disfrutar de este clásico trágico, que resuena con la fuerza del terror estético.

M. Andrea Soto

 

 

TAGGED:claqueteadoscritica Medeacrítica teatro
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